Homilía en la beatificación de 112 mártires españoles y un laico Ecuatoriano (25 de octubre de 1992)
BEATIFICACIÓN DE 122 MÁRTIRES ESPAÑOLES Y DE UN LAICO ECUATORIANO
HOMILÍA DE JUAN PABLO II
domingo, 25 de octubre de 1992
1. “Luché la buena batalla. . . he guardado la fe” ( 2 Tm 4, 7). Así se dice en la Segunda Carta a Timoteo. La Iglesia, releyendo hoy domingo estas palabras, las aplica a los mártires españoles de la época de la guerra civil. Aquí están los que "mantuvieron la fe" en nuestro siglo, los que "pelearon la buena batalla": los testigos ( mártires ) de Cristo Crucificado y Resucitado. “Han guardado la fe”. No se asustaron por las amenazas y persecuciones. Estaban dispuestos a sellar con su vida la Verdad que profesaban con sus labios. Estaban dispuestos a "dar la vida": "Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida" ( Jn15, 13). Al santísimo martirio del mismo Hijo de Dios asociaron su martirio de fe, esperanza y amor. Y este martirio, es decir, este testimonio, atravesó toda Europa, que en el siglo XX se enriqueció de manera particular con el testimonio de muchos mártires: desde el Atlántico hasta los Urales.
2. Los beatos Braulio María Corres, Federico Rubio y 69 compañeros, todos los religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, la mayoría españoles, “Combatieron bien su combate, corrieron hasta la meta y mantuvieron su fe”. Por tratarse de personas consagradas de nuestro tiempo, estos mártires son conocidos y grabados todavía en sus lugares de origen o donde ejercieron su apostolado. En efecto, a esta solemne Beatificación asiste un nutrido grupo de parientes en busca de numerosos y numerosos paisanos. No falta tampoco un pequeño grupo de Religiosos compañeros de los mismos mártires, de los cuales recibieron un ejemplo inolvidable.
Especial mención merecen los Hermanos hospitalarios de Colombia, por ser los primeros hijos de esa querida Nación que llegan al honor de los altares. Se encontraron en España completando su formación religiosa y técnica cuando el Señor los llamó para dar este testimonio de su fe. Hoy, en coincidencia con el V Centenario de la Evangelización de América, reconocemos públicamente su martirio y los presentamos como primicia de la Iglesia Colombiana.
Todos estos Hermanos, - perseverando en su consagración a Dios en el servicio abnegado a los enfermos y en fidelidad a los valores del carisma y misión hospitalaria que practicaban - dieron su vida por la fe y como prueba suprema de amor. Su martirio sigue los pasos de Cristo, misericordioso y buen samaritano, tan seek al hombre que sufre al entregar la vida por la salvación del género humano. No hay duda de que tienen muy presente una exhortación de su fundador, San Juan de Dios: “Si mirásemos cuánto es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer bien mientras pudiésemos”. Estos mártires son ejemplo y estímulo para todos, pero particularmente para vosotros, Religiosos de la Orden Hospitalaria, y también para cuantos dedicáis vuestra vida al cuidado y servicio de los enfermos, especialmente los más pobres y marginados.
2. El Beato Braulio María Corres, Federico Rubio y 69 compañeros, todos religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, en su mayoría españoles, "pelearon la buena batalla, acabaron la carrera y mantuvieron la fe" (cf. 2 Tim .4, 7). Siendo personas consagradas de nuestro tiempo, estos mártires aún son conocidos y recordados en sus lugares de origen o donde ejercieron su apostolado. Un nutrido grupo de parientes cercanos y numerosos conciudadanos asisten efectivamente a esta solemne beatificación. No existe ni siquiera un pequeño grupo de religiosos compañeros de los mismos mártires, que recibieron de ellos un ejemplo inolvidable. Mención especial merecen los siete hermanos Hospitalarios de Colombia, primeros hijos de esta amada nación en alcanzar los honores de los altares. Estaban en España para completar su formación religiosa y técnica cuando el Señor los llamó a dar este testimonio de fe. Hoy, coincidiendo con el V Centenario de la Evangelización de América, reconocemos públicamente su martirio y los presentamos como primicias de la Iglesia colombiana. Todos estos hermanos, perseverando en su consagración a Dios y en su entrega al servicio de los enfermos y en la fidelidad a los valores del carisma y de la misión hospitalaria que practicaban, dieron su vida por la fe y como prueba suprema de amor. Su martirio sigue las huellas de Cristo, misericordioso y buen samaritano, tan cercano al hombre que sufre dando su vida por la salvación de la humanidad. No cabe duda de que tenían en mente la exhortación de su fundador, San Juan de Dios: “Si viéramos cuán grande es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer el bien mientras pudiéramos” (1 Carta a la Duquesa de Sesa ). Estos mártires "son un ejemplo y un estímulo para todos", pero especialmente para vosotros, Religiosos de la Orden Hospitalaria, y también por cuantos dedican su vida al cuidado y asistencia de los enfermos, especialmente de los más pobres y marginados. En vuestro apostolado procurad ser siempre instrumentos del Señor, que "está cerca de los que tienen el corazón herido, salva a los espíritus quebrantados", como cantábamos en el salmo responsorial.
3. “Yo estoy a punto de ser sacrificado Y el momento de mi partida es inminente”. Estas palabras de San Pablo, que acabamos de escuchar, parecen inspirar los mensajes dejados por los mártires Felipe de Jesús Munárriz y 50 compañeros Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de María. Todos ellos, también de nuestro tiempo, pertenecían a la Comunidad – Seminario de la ciudad aragonesa de Barbastro.
Dirijo un Seminario el que afronta con generosidad y valentía su ofrenda martirial al Señor. La entereza espiritual y moral de esos jóvenes nos ha llegado a través de testigos oculares y también por sus escritos. A este respecto son bien elocuentes los testimonios personales que los jóvenes seminaristas nos han transmitido. Uno de los que escriben a su familia dice: “Al recibir estas líneas canten al Señor por el don tan grande y señalado como es el martyrio que el Señor if he dyna grant me”. Otros escribieron también: “¡Viva el Corazón Inmaculado de María! Nos fusilan únicamente por ser religiosos” y añade en su lengua materna: “No ploreu per mi. Soc mártir de Jesucrist”.
Estos mártires expresaban su firme decisión de dedicarse al ministerio sacerdotal en los siguientes términos: "Ya que no podemos ejercer el sagrado ministerio en la tierra, trabajando por la conversión de los pecadores, haremos como Santa Teresita: pasaremos nuestro cielo haciendo bien en la tierra".
Todos los testimonios recibidos nos permiten afirmar que estos claretianos nacieron por ser discípulos de Cristo, por no querer renegar de su fe y de sus votos religiosos. Por eso, con su sangre derramada nos animan a todos a vivir y morir por la Palabra de Dios que hemos sido llamados a anunciar.
Los mártires de Barbastro, siguiendo a su fundador San Antonio María Claret, que también sufrió un atentado en su vida, sintieron el mismo deseo de derramar la sangre por amor de Jesús y de María, expresaron con esta exclamación tantas veces cantada: "Por ti , mi Reina, la sangre dar”. El mismo Santo había trazado un programa de vida para sus religiosos: “Un hijo del Corazón Inmaculado de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor".
3. "En cuanto a mí, mi sangre está a punto de ser derramada en libación y ha llegado el momento de soltar las velas" ( 2 Tm4, 6). Estas palabras de San Pablo, que acabamos de escuchar, parecen inspirar los mensajes dejados por los mártires Felipe de Jesús Munárriz y 50 de sus compañeros Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Todos ellos, incluso los de nuestro tiempo, pertenecieron al Seminario-Comunidad de la ciudad aragonesa de Barbastro. Todo es un seminario para afrontar con generosidad y valentía su ofrenda de sacrificio al Señor. La integridad espiritual y moral de estos jóvenes nos ha llegado a través de testimonios directos y también a través de sus escritos. Al respecto, los testimonios personales dejados por los jóvenes seminaristas son elocuentes. Uno de ellos, escribiendo a su familia, dice: “Cuando recibas estas pocas líneas, alaba al Señor por el gran y precioso don del martirio que el Señor se digna concederme”. Otro escribió también: “¡Viva el Inmaculado Corazón de María! Nos disparan solo porque somos religiosos”. Y añade en su lengua materna: “No ploreu per mi. Soc mártir de Jesucrist”. Estos mártires expresaron su firme decisión de dedicarse al ministerio sacerdotal de esta manera: "Como no podemos ejercer el sagrado ministerio en la tierra, trabajando por la conversión de los pecadores, haremos como santa Teresa: pasaremos al cielo haciendo el bien en tierra". Todos los testimonios que hemos recibido nos permiten afirmar que estos claretianos murieron porque eran discípulos de Cristo, porque no querían negar su fe y sus votos religiosos. Por eso, derramando su sangre nos exhortan a todos a vivir y morir por la Palabra de Dios que hemos sido llamados a proclamar. Los Mártires de Barbastro, siguiendo a su fundador san Antonio María Claret, que también había sufrido un atentado en vida, sintieron el mismo deseo de derramar su sangre por el amor de Jesús y de María, expresado con esta exclamación tantas veces cantada: "Por ti, Reina mía, ofrece tu sangre”. El mismo Santo había esbozado un programa de vida para sus religiosos: “Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en la caridad y quema los lugares por donde pasa; que desea con determinación y trata, por todos los medios, de hacer arder al mundo entero con el fuego del amor divino” ( mi Reina, ofrecer su sangre”. El mismo Santo había esbozado un programa de vida para sus religiosos: “Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en la caridad y quema los lugares por donde pasa; que desea con determinación y trata, por todos los medios, de hacer arder al mundo entero con el fuego del amor divino” ( mi Reina, ofrecer su sangre”. El mismo Santo había esbozado un programa de vida para sus religiosos: “Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en la caridad y quema los lugares por donde pasa; que desea con determinación y trata, por todos los medios, de hacer arder al mundo entero con el fuego del amor divino” (Biografía , cap. 34).
4. Aunque no sea con la misma aureola del martirio, Narcisa de Jesús Martillo Morán, joven laica nacida el siglo pasado en Nobol (Ecuador), se presenta hoy por la Iglesia como modelo de virtud, especialmente para tantas mujeres de América Latina que , como Narcisa, tie nen que emigrar del campo a la ciudad en busca de trabajo y sustento.
Una característica singular de esta Beata fue la fuerte unión con Dios a través de la oración, a la que dedicaba ocho horas diarias en soledad y silencio. Por las noches pasamos también otros cuatro, usando instrumentos de penitencia como corona de espinas y apoyándose sobre una cruz con clavos. Algunos testigos afirman haberla visto varias veces en éxtasis, en las cuales Narcisa si sintió consuelo por la presencia de Jesús.
En este joven ecuatoriano, que solo vivirá 37 años entre continuas mortificaciones y duras penitencias corporales, encontramos la constante aplicación de la sabiduría de la Cruz en cada circunstancia de la vida. Está firmemente persuadida de que el camino de la santidad pasa por la humillación y la abnegación, es decir, por el sentimiento de estar crucificado con Cristo. Ciertamente podemos poner en los labios de la Beata las palabras del salmista: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloria en el Señor, que los humildes lo escuchan y se alegren”.
La espiritualidad de Narcisa de Jesús se basa en el escondimiento en los ojos del mundo, viviendo en la más profunda humildad y pobreza, ofreciendo al Señor sus penitencias como holocausto para la salvación de los hombres. pero hoy se cumple verdaderamente para la Blessed las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: “El que se humilla será enaltecido”.
4. Aunque no tiene el mismo halo de martirio, Narcisa de Jesús Martillo Morán, una joven laica nacida en el siglo pasado en Nobol (Ecuador) es presentada hoy por la Iglesia como ejemplo de virtud, especialmente para muchas mujeres. en América Latina quienes, como Narcisa, deben emigrar del campo a la ciudad en busca de trabajo e ingresos. Una característica particular de esta beata era la fuerte unión con Dios a través de la oración, a la que dedicaba ocho horas diarias en soledad y silencio. Durante la noche oró durante otras cuatro horas, utilizando herramientas penitenciales, como la corona de espinas, y apoyándose en una cruz con clavos. Algunos testigos aseguran haberla visto varias veces en éxtasis, durante las cuales Narcisa se sintió reconfortada por la presencia de Jesús.En esta joven ecuatoriana, que vivió sólo treinta y siete años entre continuas mortificaciones y duras penitencias corporales, encontramos la constante aplicación de la sabiduría de la Cruz en cada circunstancia de la vida. Estaba firmemente convencida de que el camino de la santidad pasa por la humillación y la abnegación, es decir, sentirse crucificada con Cristo. Seguramente podemos poner en labios del Beato las palabras del salmista: “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza siempre en mi boca. Me glorío en el Señor, escucho a los humildes y me alegro" ( Seguramente podemos poner en labios del Beato las palabras del salmista: “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza siempre en mi boca. Me glorío en el Señor, escucho a los humildes y me alegro" ( Seguramente podemos poner en labios del Beato las palabras del salmista: “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza siempre en mi boca. Me glorío en el Señor, escucho a los humildes y me alegro" (Sal 34, 2-3). La espiritualidad de Narcisa de Jesús se basa en esconderse de los ojos del mundo, vivir en la más profunda humildad y pobreza, ofreciendo al Señor sus penitencias como sacrificio por la salvación de los hombres. Pero hoy se cumplen verdaderamente para el Beato las palabras que escuchamos en el Evangelio: "El que se humilla será enaltecido" ( Lc 18,14 ).
5. Unanime es el testimio de que, tanto los Hermanos de San Juan de Dios como los Misioneros Claretianos, encontraron dando gloria a Dios y perdonando a sus asesinos. Varios de ellos, en el momento del martirio, repiten las mismas palabras de Cristo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Todos prefieren la muerte antes que renegar de la fe y de su vida religiosa. Caminan hacia el suplicio contentos por el don del martyrio, del que no se sienten dignos, no obstante en el corazón de todos, especialmente de los jóvenes, se fraguaran grandes ideales apostólicos de anunciar el Evangelio a los hombres; unos, con el cuidado de los enfermos; los otros, con el ministerio de la predicación como misioneros.
En el momento supremo de la prueba todos manifiestan un gran amor a su Instituto y también a su familia natural, en cuyo seno han recibido la semilla de la fe, dando los primeros y sólidos pasos en la vida Christian que les llevaría a descubrir la semilla de su vocación religión, apoyados por el desprendimiento y generosidad de los propios padres.
El testimonio de estos Beatos es un ejemplo vivo y busca para todos, pero particularmente para vosotros, Hermanos de San Juan de Dios y Misioneros Claretianos. Al ser jóvenes y estudiantes de teología la mayoría de ellos, su vida es como una llamada directa a ustedes, novicios y seminaristas, para reconocer la validez permanentemente de una adecuada formación y preparación intensa, basada en una sólida piedad, en la fidelidad a la vocación y en la pertenencia gozosa a la Iglesia, sirviéndola a través de la propia Congregación; en una vida abnegada de comunidad; en la perseverancia y el testimonio de la propia identidad religiosa. Sin todos estos presupuestos, nuestros Beatos no habrían podido alcanzar la gracia del martirio.
Todos estos mártires nos han dejado, de palabra o por escrito, un mensaje particular: el perdón de los enemigos. Toca a cada uno de nosotros poner en practica ese perdón. Con San Pablo podemos repetir: “Que Dios les perdone”, pero en mi tiempo cristiano, debe sembrar en su propio ambiente esta semilla del perdón. No cabe duda de que nuestros Mártires, con su constante intercesión y protección, los harán crecer en copiosos frutos de reconciliación.
5. Testimonio unánime es que tanto los hermanos de San Juan de Dios como los Misioneros Claretianos murieron glorificando a Dios y perdonando a sus verdugos. Muchos de ellos en el momento del martirio repiten las mismas palabras de Cristo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" ( Lc23, 34). Todos prefirieron morir antes que renunciar a su fe y vida religiosa. Fueron al sacrificio felices por el don del martirio, del que no se sentían dignos, a pesar de los grandes ideales apostólicos del anuncio del Evangelio a los hombres en el corazón de todos, especialmente de los jóvenes; algunos con asistencia a los enfermos; los otros con el ministerio de la predicación como misioneros. En el momento supremo de la prueba todos manifestaron un gran amor por su propio Instituto y también por su familia de origen en la que habían recibido la semilla de la fe, dando los primeros y firmes pasos en la vida cristiana que los conduciría a la descubrimiento del germen de su vocación religiosa, sostenidos por el altruismo y la generosidad de sus padres. El testimonio de estos Beatos constituye un ejemplo vivo y cercano para todos, pero especialmente para vosotros, hermanos de San Juan de Dios y Misioneros Claretianos. Siendo la mayoría jóvenes y estudiantes de teología, su vida es como una llamada directa a vosotros, novicios y seminaristas, una llamada a reconocer la validez permanente de una formación adecuada y una preparación intensa, fundada en una piedad sólida, en la fidelidad a la vocación y gozosa pertenencia a la Iglesia, sirviéndola a través de la propia Congregación, en una vida de sacrificio en comunidad, en la perseverancia y en el testimonio de la propia identidad religiosa. Sin todos estos supuestos, nuestro Beato no hubiera podido alcanzar la gracia del martirio. Todos estos Mártires nos han dejado con palabras o escritos, un mensaje particular: perdón de los enemigos. Depende de cada uno de nosotros poner en práctica este perdón. Con San Pablo podemos repetir: "Que Dios los perdone" (2 Tm 4,16 ), pero al mismo tiempo cada cristiano debe sembrar esta semilla del perdón en su propio entorno. No cabe duda que nuestros Mártires con su constante intercesión y protección la harán crecer en copiosos frutos de reconciliación.
6. “El Señor. . . estaba cerca de mí ”- escribe el Autor de la Segunda Carta a Timoteo. "El señor. . . estuvo cerca de mí y me dio fuerzas” ( 2 Tm 4, 17). Hoy damos gracias por esta fuerza que se ha convertido también en la fuerza de los mártires en la tierra de España. La fuerza de la fe, la esperanza y el amor, que resultó ser más fuerte que la violencia. Se ha superado la crueldad de los pelotones de fusilamiento y todo el sistema de odio organizado. Cristo, que se hizo presente junto a los mártires, vino a ellos con la fuerza de su muerte y martirio. Al mismo tiempo, vino a ellos con el poder de su resurrección. "¡No temas! . . . Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo poder sobre la muerte y el infierno "( Ap1, 17-18). El martirio es una revelación particular del misterio pascual, que sigue obrando y se ofrece a los hombres en los diversos momentos de su vocación cristiana.
7. “El Señor. . . estuvo cerca de mí y me dio fuerza, para que por mí se cumpliera la proclamación del mensaje (del Evangelio) y que todos los gentiles pudieran oírlo” ( 2 Tm 4, 17).
Al final del siglo XX, la Iglesia inscribe en su martirologio a todos aquellos que en este siglo crítico y frente a la crueldad y los gulags, las prisiones y los campos de concentración, han dado testimonio de fe, esperanza y amor de manera heroica.
“Sanguis martyrum - semen christianorum”. No olvidemos que esta sangre fue derramada en diferentes regiones de Europa: sanguis martyrum.
¿Podemos dudar de la semilla de este martirio? Si las fuerzas que buscan erradicar el "semen christianorum" de las almas humanas parecen crecer, en diversas formas, no podemos olvidar el poder del Evangelio.
La palabra de Dios siempre toma nuevas raíces. Sobre estas raíces debemos crecer.
“Para que por medio de nosotros se cumpla el anuncio del Evangelio y lo escuchen todas las naciones”.

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